Si bien son muchos y notorios los avances realizados en medicina para el tratamiento del cáncer, este sigue siendo un problema de salud público a nivel mundial. Actualmente se detectan aproximadamente más de 20 millones de casos nuevos de cáncer en el mundo y se estima que las próximas décadas puedan incrementarse llegando a superarse los treinta millones.

El cáncer como enfermedad puede tener devastadoras consecuencias psicológicas y físicas para los pacientes, a las que debe sumarse también las económicas. Por todo ello, existe un gran esfuerzo a nivel mundial dedicado a la investigación y desarrollo de nuevos procedimientos que permitan no solo garantizar la mejor asistencia posible a los enfermos, sino también en fomentar la prevención, la promoción de la salud y el descubrimiento de nuevos tratamientos que permitan paliar las terribles consecuencias derivadas de la enfermedad.

En los últimos años, son múltiples los estudios realizados donde remarcan los grandes beneficios que acarrea la práctica de ejercicio tanto previo, como durante y en el postratamiento, y más concretamente destacan los resultados obtenidos con el entrenamiento de fuerza.

Uno de los grandes hándicaps con los que se encuentra el paciente de cáncer es la caquexia derivada de la propia enfermedad y de los tratamientos dirigidos a eliminarla. Se entiende como caquexia, a un síndrome degenerativo que conlleva una pérdida progresiva de la masa esquelética del paciente y por consiguiente un deterioro de su capacidad funcional global. Dicha caquexia está asociada directamente con la morbilidad y comorbilidad asociada a la propia enfermedad. En contraposición, se ha descubierto como pacientes con mayor masa muscular presentaban incrementadas sus probabilidades de supervivencia.

En este sentido, se ha demostrado como la práctica de ejercicio, y en concreto el trabajo de fuerza, están directamente asociados a un menor riesgo de padecer cáncer, así como a mayor tasa de supervivencia. Además de esto, el trabajo de fuerza se ha asociado directamente con mejoras de la funcionalidad y por tanto un incremento notorio en la calidad de vida del paciente.

Concretamente, el entrenamiento de fuerza posibilita un incremento de la masa muscular esquelética, aumenta la densidad del tejido óseo, aumenta la movilidad y autonomía del paciente, reduce la fatiga, reduce la masa grasa, aumenta la tasa metabólica del paciente y se ha demostrado como es capaz incluso de reducir el dolor articular.

Si bien son muchos los beneficios demostrados, aún hoy en día tendemos a pensar en el paciente de cáncer como un paciente más que debe descansar para recuperarse de la enfermedad. Sin embargo, esto es un grave error, la ausencia de actividad física puede hacer aflorar a un estado de caquexia del paciente y un aumento por tanto de su probabilidad de mortalidad. Por este motivo, debemos entender el trabajo de fuerza como un protocolo necesario e imprescindible dentro del propio tratamiento del paciente, que no solo va a incrementar la calidad de vida del paciente durante el tratamiento y su recuperación de este, sino que además permitirá incrementar las garantías de éxito del mismo.

Es algo evidente que no todos los pacientes ni todos los tumores ni sus tratamientos son iguales. Los ciclos de quimio, la radio o incluso los pasos por quirófano van a hacer que los protocolos de fuerza aplicados a los pacientes siempre deban ser completamente personalizados y adaptados a la variabilidad de cada paciente. En esto último es donde radicará la eficacia del ejercicio, así como favorecerá la adhesión del propio paciente al mismo.